En el verano del año 2002 la Universidad Complutense organizó en El Escorial un curso sobre Poesía Española Contemporánea. Quien les habla fue invitado a impartir una conferencia que llevaba por título “La influencia de la poesía anglosajona en la poesía española última”. Asunto atractivo y también excesivo, teniendo en cuenta que se le encomendaba a alguien que no es especialista en poesía anglosajona, ni en española, ni creo que en poesía. El motivo, me pareció entonces, era de signo anglosajón, pues ya en 1975, Ernst H. Gombrich, señaló como «una de las más antiguas tradiciones inglesas: la tradición de desconfiar del experto». Y citaba como primera manifestación de esa desconfianza el sistema británico del jurado, que asegura que la gente no sea juzgada por hombres expertos en leyes. Algo así sucede con los poetas. Y sin embargo, lo verdaderamente importante, David Ferrer —autor entonces de un excelente libro, Silencioso aleteo — era ya uno de los nombres de aquella conferencia y de aquel curso escurialense.
Sin la luz de la poesía anglosajona, mejor dicho, de esa otra cultura, no se entenderá la escritura de David Ferrer. Desde luego, no se entendería bien este Margen de sombra que hoy presentamos. Sería demasiado fácil recordar la doble titulación académica de nuestro poeta, en las filologías inglesa y española. Ni siquiera invocar los rasgos mismos de su persona, como si la fisiognómica fuese todavía parte de la literatura. Más significativo debe parecemos que haya un poema titulado “Lectura (nueva) de Oxford”, que el poeta dedica a sus hermanos por compartir con él la admiración por esa ciudad inglesa. Eso funda una fraternidad que se superpone a la de la sangre con una naturalidad que se hace visible en el libro. Quiero decir que esa metáfora ha de extrapolarse como categoría literaria para el idioma sin grandilocuencias del libro, un tono fraterno en el lenguaje , como si el lector se incorporase también a una fratría serena. Al autor y a los lectores de Margen de sombra podrían aplicársele aquellas palabras que Hegel formula sobre los hermanos “la misma sangre en perfecto equilibrio”.
Oxford aporta lo distinto y el comienzo. Eo nuevo: “será hoy todo distinto / se trata de un comienzo: con unas cuantas torres y decenas de agujas /…/ mejor así en silencio / e inventar en las calles /un pasado perdido, un prodigio de lengua”. Ahí asoman las líneas del libro.
Poeta muy consciente: de la tradición (de la nuestra y de otras), de su propia evolución, de la métrica, de los temas, del paso del tiempo. De lo que sabe ya. (Una sección se titula “Días, edades, siglos”. Un poema “Tantas edades perdidas”). Que otro, importante sea “Las verdades perdidas de la carne” (es el dedicado a Villena) sugiere una sinonimia por homofonía: las edades perdidas son las verdades perdidas. Las de la carne, en el diccionario de David Ferrer. Ya he señalado la importancia de los poemas pictóricos, que reiteran las líneas literarias. En el poema dedicado a un cuadro de L. Freud se reitera lo que se ha dicho antes: “quizá te importan sólo esas verdades perdidas / que no tuvieron dueño, ni un origen, ni un nombre”. Un poema explica al otro, y el libro se construye.
Un poeta dice mucho con los poetas a los que cita e incluso a los que dedica sus textos, poetas citados: Juan Ramón, Trapiello, Aníbal Núñez Ted Hughes, Christina Rossetti, o Luis Carrillo y Sotomayor. En ese catálogo no qusiera que se olvidara a Catulo, mencionado en “Las verdades perdidas de la carne” (mas qué importará todo si en la noche cerrada / un monje casi anciano transcribiendo a Catulo /recuerda las verdades perdidas de la carne”). También ahí las conexiones desarrollan un vocabulario poético: “Plena lluvia” insiste en el silencio: “en los años de lluvia no existen los sonidos”, dice David Ferrer. Y en el paso del tiempo: “hasta que supe que la proporción exacta / de los días tampoco era algo matemático”. La cita de Aníbal Núñez (en otra sección, es verdad, pero relacionando) pone el punto de escepticismo y de de amargura: “ningún vestigio de la lluvia última / y poca fe en la venidera”. La lluvia es meteorológica, pero la cita de Aníbal nos dice que es también metafórica y que debe inscribirse en la alegoría general del libro.
También hay pintura británica. Y en los poemas que hablan de pintura se cruzan las mismas líneas que se esbozan en los que hablan de literatura: Lucian Freud, Burne-Jones. En “Muchacha con gato (Lucian Freud)” se bordea el asunto del silencio o de la atenuación de la voz que el libro propone “Desconozco tus labios y tu voz de muchacha / que imagino muy frágil”. En Burne-Jones se va más allá: “cuántas cosas se dicen / con los labios cerrados”. Por cierto, que la pintura es uno de los ámbitos en los que se hace corpórea la feminidad en la poesía de David Ferrer: “Muchacha con gato de Freud”, “Muchacha dormida de Balthus” (cuyo sueño ronda el silencio y el tiempo del libro: “por eso hoy necesito volver a mirarte / y recoger el tiempo guardado entre los labios”). En ese sueno que es la vida indistinguible de la muerte se resume la alegoría de este Margen.
Buena prueba de la calidad de un libro. Dejo aparte la perfección formal (que la tiene, y mucha), otra cualidad imprecisable (la elegancia), incluso el placer estético que el reconocimiento vital y cultural puede proporcionar al lector. Dice ítalo Calvino que un clásico es un libro que equivale al universo. No quiero ser grandilocuente, ni abrumar a un amigo con hipérboles que serían como no decir nada. Sin embargo, creo que todo buen libro tiende conexiones con las cosas del mundo y su validez se manifiesta más allá del momento en que se escribió. En estos días es novedad un libro de Harold Bloom, Poemas y relatos para niños extremadamente inteligentes de todas las edades. Se ha subrayado el enfoque anglocéntrico de Bloom, y siendo casual que algunos de los autores del libro de Bloom estén presentes en el de David Ferrer, (Thomas Hardy, Christina Rossetti), hay que verlo como azar que significa. Significa por supuesto que David es un niño extremadamente inteligente. Significa que su educación sentimental es ánglica. Y quizá podríamos llamar a nuestro poeta David Ferrer a la manera de aquel otro poeta (casi) abulense llamado Jorge Ruiz de Santayana y que el mundo conoce (en lengua inglesa y cultura norteamericana) como Georges Santayana. Por otra vía, podría decirse algo similar de “Sobre un tema de Thomas Hardy”. La recreación del tema del ciervo en la nieve tiene una primera sugerencia. El tema “hardiano” del ciervo o gamo en la nieve lo ha pasado David Ferrer por Andrés Trapiello, pero yo lo pasaría además por el filtro luminoso de nuestro cancionero popular y luego de Rafael Alberti: “en Avila, mis ojos, mi corza blanca…”. David no sólo ha recreado o traducido libérrimamente a Thomas Hardy: con ese gesto abre otra puerta de entrada desde nuestra literatura a la británica. Y viceversa, porque esa puerta es aún más necesaria (que se lo digan, si no a Harold Bloom).
Precisamente la perspectiva brit, oxoniense, permite una de las singularidades del libro: la mirada sobre la tauromaquia que no tiene nada castiza. Así la “Media verónica de José María Manzanares” viene después de “Plena lluvia”, un poema que parece gestado en un atardecer londinense. La segunda tauromaquia es un “Estatuario de Joselito” que comparte páginas con una Rossetti que no es Ana, sino Christina. La tauromaquia de David Ferrer es posible en un libro de calidad contemporáneo porque está contemplada desde una distancia literaria. Está vista en el viaje de vuelta. No es casual que los dos toreros sean de temple clásico y que en ambos se apele a una geometría equilibrada (“sin torpe desvarío en el centro de un hombre”).
Concluyo con una última relación de este libro con la literatura, con el mundo y con la actualidad. Coincide como novedad poética con una antología de L.A. de Villena, La lógica de Orfeo. Ya se ha mencionado la admiración de Ferrer por Villena. Desconozco la vigencia que tendrá esta categoría villeniana. Pero hoy que su actualidad resulta indubitable, podemos asegurar que, como pasó con los novísimos (cuya nómina hubo de reelaborarse, incorporando nombres, quizá excluyendo alguno), la combinación de lo lógico y lo órfico es una buena clave para un poeta como el que esta tarde ha escrito “no acariciéis jamás la ceniza allí donde / nadie pueda explicaros el proceso del fuego”) y que David Ferrer estará en la segunda edición de la Lógica de Orfeo, y, desde luego, será referencia para la antología, igual que ésta lo será para él. Porque, anécdotas aparte, la combinación de lo racional y lo irracional, que tan armoniosamente ofrece David Ferrer sigue siendo una de las mejores definiciones de poesía.
JUAN ANTONIO GONZÁLEZ IGLESIAS