La sociedad victoriana, al menos la parte que puede, es coleccionista, afín a las cosas, los objetos. Las ciudades grandes como Londres, Liverpool o Manchester se llenan de tiendas especializadas: mascotas, juguetes, libros raros, ferreteros... Cosas. El objeto, como decía el filósofo Walter Benjamin, es una extensión de la propia vida, una constatación de la existencia.
Aunque algunos ingleses adinerados conocían desde hace tiempo el Grand Tour, la pasión viajera, lo cierto es que buena parte de la población británica no viajaba. Y ahí surgen los recipientes de cosas, los museos.
Podemos decir que en la Inglaterra victoriana hay tres hitos relativos a los objetos, a la veneración de lo tangible: los grandes almacenes (Liberty abre hacia 1875, Fenwick se inaugura en 1882 y ambos siguen abiertos); la Gran Exposición Universal de 1851, donde se expone todo tipo de novedades y, finalmente, los museos.
Hay un Londres de las cosas. Del gusto victoriano por los objetos. Es provinciano hablar de rapiña o de robo (comentarios oídos habitualmente a los raudos turistas que pasan en cinco minutos frente a los mármoles Elgin del British). No. Es la esencia de la vida moderna. En su contexto. Para quien quiera conocer ese Londres del coleccionismo le propongo varios lugares: Museo John Soane, cerca de la City y de Lincoln Fields. mi querido Victoria and Albert Museum, el gran almacén de los objetos, de las piezas. Y The Foundling Museum, un museo dedicado a los niños abandonados. Los que no tenían cosas.
David Ferrer, febrero 2023